MISIÓN

AYUDAMOS A LAS PERSONAS A SER LO QUE ESTÁN LLAMADAS A SER

Los profesionales del CAIF anhelamos mirar a cada persona en todo lo que es y en todo lo que está llamada a ser. Sabemos que la persona es mucho más que sus síntomas. Existe en nosotros un deseo de despertar al ser que está llamado a expresarse a través de las cuatro dimensiones de la persona (espiritual, psicológica, biológica y relacional). La intervención clínica está centrada en la estructura psicológica y en la dimensión relacional. Tenemos una mirada que busca ayudar a la persona a desplegar la verdad de todo su ser.

 Queremos ayudar a la persona a que viva su propio sentir como algo bueno, aunque en ocasiones le duela. Que pueda entender que todos los afectos hablan de sí misma, de su historia y de lo que anhela. También los que hacen sufrir. Que la persona aprenda a potenciarse a la hora de sostenerlos y procesarlos, a la hora de desvelar y descubrir qué sentido personal tienen, y a la hora de gobernarlos hacia la vocación personal descubierta.

Nuestra psicoterapia pone el foco en una posición activa por parte del paciente. No es el terapeuta quien hace en el paciente, sino el propio paciente quien hace sobre sí mismo, quien decide sobre su ser. Todo ello en un encuentro verdadero a través de la escucha abierta y el diálogo, con unas técnicas de intervención clínica, que el profesional va proponiendo. Es la persona quien se forja a sí misma y se dirige hacia su proyecto personal vital. Y la relación terapéutica se convierte en uno de los pilares posibilitadores de un encuentro verdadero y transformador.

Esta dimensión está conformada por la estructura cognitiva (nuestros pensamientos) y la estructura afectiva (sensaciones, emociones, sentimientos). “La cabeza y el corazón” se relacionan constantemente creando nuestro mundo interior. Y lo que las personas hacemos con nuestro comportamiento tiene siempre que ver con lo que está sucediendo en este mundo personal, en estos dinamismos afectivos. Aprender a adentrarse en ellos es lo verdaderamente posibilitador en este tipo de proceso terapéutico para ordenarlos y gobernarlos hacia el bien, la verdad y la belleza.

Nuestra manera de entender a la persona, junto con la experiencia clínica, nos descubren cómo la afectividad se convierte en el eje sobre el que pivota la intervención clínica. Los anhelos íntimos -y legítimos- entrelazados con una historia personal nunca exenta de dolor, con una familia de origen que no puede ser perfecta y con unas experiencias vividas quizá no terminadas de integrar, generan a menudo una estructura psicológica “herida” que da lugar a la sintomatología. Buscar el dinamismo afectivo que genera el síntoma es clave para, no sólo hacerlo desaparecer, sino entender qué anhelo estaba guiándolo y por tanto de qué necesita responsabilizarse esa persona en relación a sí misma.

Solamente en la donación a los demás -de forma psicológicamente integrada- la persona encuentra su sentido último. El ser humano es vulnerable, tal y como lo describía Sto. Tomás. Es decir, la persona está abierta al exterior y, por tanto, cuanto acontece le afecta. Uno de los mayores impactos que permean en la persona justamente nace del tipo de comunidad a la que se pertenece, de los valores que dinamizan dicha comunidad, de los encuentros y desencuentros interpersonales vividos en ella. Trabajar psicológicamente en consulta, siempre que la persona lo anhele, el perdón, la confianza, la humildad, la gratuidad, la libertad y la apertura se vuelve nuclear en muchos procesos terapéuticos.

“Crecer a través del sufrimiento padecido es uno de los mayores retos a los que la persona se enfrenta en la vida para lograr ser feliz”