Cómo mirar a mi hijo adolescente
“A ver si se le pasa el pavo”, “Está insoportable”, “No hay manera de acertar con él” … ¿Te suena? Estos comentarios y otros similares son frecuentes entre los adultos que se enfrentan al reto de convivir día a día con un adolescente. Quizá tú también hayas pensado en ello durante los últimos meses. Sin embargo, puede que hasta ahora hayas tenido que conformarte con salvar la situación y esperar a que pase esta etapa. ¿Crees de verdad que no se puede hacer nada?
PADRES… EN LA ADOLESCENCIA, ¿PARA QUÉ?
Tu hijo todavía te necesita, aunque no siempre lo demuestre o su actitud parezca indicar lo contrario. Desde hace un tiempo, tu adolescente ha empezado a hablar en un idioma desconocido y que solo ha generado confusión a su alrededor. “No sabe ni lo que quiere”, “siempre se acaba enfadando”, “todo le aburre”, “siempre se sale con la suya” … ¡Puede ser cierto! Pero, ¿qué significa? Detrás de estas actitudes hay un mensaje que va dirigido a ti. Descubrirlo es exigente. Implica profundizar en su realidad con delicadeza y paciencia, solo así podrás dar la respuesta acertada. Estas líneas pretenden describir unas coordenadas capaces de orientar al educador que se adentra en las aguas agitadas de esta etapa.
LOS ANHELOS DE SU CORAZÓN
Partiremos de una expresión habitual entre los adolescentes: “Me ha mirado mal”. Es tan frecuente que apenas nos interpela. Sin embargo, se trata de un comentario realmente acertado, pues apunta directamente al núcleo de la persona. Los jóvenes están fuertemente conectados con los anhelos de su corazón, este es el motivo por el que son tan sensibles a la mirada que reciben de los demás. Pero ¿dónde reside el poder de la mirada? ¿Qué es lo que comunica?
LA MIRADA QUE NECESITA
No es lo mismo ver que mirar. La mirada revela significados y, en este sentido, cuando miramos a otra persona le transmitimos el valor que reconocemos en ella. Normalmente observamos la realidad a través de un filtro de expectativas, prejuicios y opiniones sobre cómo deberían ser las cosas o las personas. Mirar, sin embargo, implica abandonar la parcela de la propia vida, soltar el control para explorar otras tierras, dejando que aquello que descubrimos nos interpele. Entonces se nos revela quién es verdaderamente el otro: las apariencias se difuminan y somos capaces de vislumbrar lo que esa persona necesita para crecer y lo que yo le puedo dar.
¿CÓMO CONOCERLE?
Por tanto, es necesario mirar para conocer: ¿Sabes quién es tu hijo? ¿Sus anhelos, temores, sueños, ilusiones…? Como padre o madre, tienes la misión de guiar y acompañar, también cuando parece que el otro se aleja. Solo al acercarte a su realidad podrás comprenderle y afrontar la tarea de su educación. Para ello, tendrás que aportar buenas dosis de comunicación: no se trata de imponer razones o defender los propios argumentos, sino más bien de reflexionar juntos, procurando entender cómo se siente, acogiendo su manera de vivir las cosas incluso cuando no la compartes (Urra, 2006).
PERMITIR QUE CREZCA EN INDEPENDENCIA
Conviene remarcar la diferencia entre conocer y controlar. En la adolescencia, la persona reclama cada vez más autonomía y busca ser independiente. Si notas que tu hijo se distancia, es una buena señal. Está llevando a cabo la tarea primordial de esta etapa: el descubrimiento de su propia identidad. Todos necesitamos un espacio de soledad para encontrarnos con nosotros mismos; sin embargo, este alejamiento puede despertar en los padres cierta inseguridad: “¿con quién estará?”, “le va a pasar algo, no tiene cabeza”, “no se da cuenta del alcance de lo que hace”, “no me cuenta nada”, etc.
En las relaciones, el miedo fácilmente abre la puerta a la desconfianza (Santamaría, 2015). Si la angustia se apodera de ti, podrás acabar invadiendo la intimidad de tu hijo, lo vivirá como una amenaza para su crecimiento y querrá defenderse. Desde esta posición, te resultará más difícil acercarte y acompañar. El conocimiento profundo, en cambio, parte de la certeza de que el otro es valioso, merece mi atención y mi cariño y, de esta forma, anima a confiar. En este sentido, te animo a reflexionar acerca de cuándo el miedo puede más que el interés genuino por comprender a tu hijo.
APRENDER A MIRARLE
Se trata, por tanto, de aprender a mirar. En un primer momento, es normal que el oleaje de la superficie acapare toda tu atención: es alarmante, incierto, provoca miedo. En ocasiones, es incluso peligroso y habrá que ocuparse de ello; sin embargo, hay que procurar que no nuble la vista por completo. Como padre, como madre, estás llamado a llegar al corazón de tu hijo para descubrir qué necesidad hay detrás de cada gesto, de cada palabra, de cada comportamiento.
APRENDER A COLOCARSE
Mantener esta mirada profunda es exigente; implica desprenderse de las propias expectativas y criterios para acoger a tu hijo tal cual es, de manera incondicional. Aunque no existen recetas, sí contamos con algunas pistas que pueden orientarte en el camino. Son tres mensajes que tu hijo necesita escuchar de ti y siempre serán un acierto:
1. “Estoy disponible”. Los adolescentes necesitan la protección de la familia. Al mismo tiempo que reclaman su espacio, buscan identificarse con los adultos; para construir su propia casa, necesitan la estructura de la familia. Muéstrate disponible para dialogar y escuchar, no cuando a ti te venga bien, sino siempre que surja la oportunidad y, sobre todo, cuando se te requiera.
2. “No te quiero por lo que haces, te quiero por ser quién eres”. Este mensaje es especialmente impactante en un contexto que tiende a reconocer los méritos, la imagen, “lo que sale bien”. Puedes decírselo con palabras, pero también con tu actitud, siempre que vayas más allá de lo superficial. Así, le ayudarás a entrar dentro de sí mismo y rescatar su verdadera identidad, la que hay más allá de las máscaras.
3. “Eres único, eres valioso, eres capaz”. Se trata de un mensaje esencial para los adolescentes. Precisamente porque están empezando a caminar solos y hacia el exterior, es muy probable que experimenten un profundo temor a diferenciarse. Confirma su valía: “aunque no haya nadie como tú y precisamente porque no hay nadie como tú”. Respalda su capacidad para crecer si se equivocan y desarrollar sus capacidades. Le quieres por lo que puede llegar a ser.
APRENDER A SER SUS PADRES
Retomamos, por tanto, nuestra pregunta inicial: Padres… ¿para qué? Mirar, conocer, comprender, esperar, acompañar. En estas líneas se ha planteado un reto muy ambicioso. Si en algún momento te resulta especialmente difícil, no dudes en pedir ayuda. Pero, sobre todo, recuerda que no se trata de ser un padre o una madre perfecta, sino de ser consciente del alcance de la misión que se te ha encomendado.
Referencias
Santamaría, C. (2015). He leído el diario de mi hijo. Los padres ante la adolescencia de los hijos. Saterrae.
Urra, J. (2006). El arte de educar. Mis pensamientos y aforismos. La esfera de los libros.
Celia del Rincón