¿Se lo tengo que contar todo?
¿Se lo tengo que contar todo?
El otro día surgía en consulta la duda acerca de cuánto compartir con el otro. “Yo no lo necesito”, se atrevió a decir la persona. “Ahí es donde encuentro mi descanso y mi refugio”. “Si tengo que hacerlo, me voy a romper”.
¿Qué nos sucede cuando hablamos de nuestra intimidad? ¿Cuándo compartimos con el otro nuestro yo más íntimo? Miedo, vergüenza, pudor, fragilidad, desamparo… ¿Y cuándo nos atrevemos a compartirnos y el otro sabe acogernos? Paz, liberación, serenidad, arraigo, unión…
Y es que, siendo la afectividad profundamente compleja, existen algunas leyes nucleares que nos ayudan a entender el misterio que todos somos para nosotros mismos.
¿Qué necesito en realidad del otro para abrir mi intimidad? Rescatemos una de esas leyes básicas que rigen la afectividad:
“Si, estando con una persona me siento seguro, me acercaré a ella.
Si sigo sintiéndome seguro, me abriré a esa persona.
Y si sigo sintiéndome seguro, entonces me vincularé a ella.
Con esta dinámica sostenida en el tiempo, mi unión no hará sino crecer. Y mi deseo de compartir aumentar.
Por el contrario, si estando con una persona me siento inseguro, me alejaré de ella.
Si sigo sintiéndome inseguro, le “daré la espalda” y me cerraré.
Y si sigo sintiéndome inseguro, pondré un muro entre ambos.
Muro que se hará más grande y más ancho a medida que se mantenga esta dinámica de inseguridad”.
El corazón humano no entiende de razones lógicas. Tiene su propia dinámica. Su manera de reaccionar. Sus puertas de entrada. También sus candados.
La base de una relación sana gira en torno a la seguridad. Y es que la intimidad personal es lo más preciado que tenemos como personas. Solamente en un contexto de seguridad, el corazón personal puede verdaderamente mostrar lo que lleva dentro.
¿Sabemos hacer sentir seguros a quienes más queremos? ¡Aprendámoslo!
Pues nunca es tarde cuando se trata de aprender a amar.
Clara de Cendra Núñez-Iglesias